Siento la fuerza balanceante que me coloca en el centro de dos extremos. Mi vientre, tensado, sostiene mi cuerpo. Mi mente, en blanco, sujeta pensamientos. Es la calma lo que busco, o el pasar de los atropellados dias, la emociones intensas, las ideas ralladas como surcos en vinilo?
La voz del viento susurra imágenes que guardo sin revisar. No me pregunto de dónde nace la serpiente que me corre por dentro. Cabeza enroscada con cola, circulos irisados a la luz de mis pupilas.
El restaurador de espejos pule la superficie brillante de mi último retazo, quizás quisiera provocar un nuevo desequilibrio que hiciese más pequeño este único pedazo. En él casi me veo ya entera con mis musgos y mis líquenes.
Echo de menos el espacio intermedio entre palabras, sensación de estación entre viajes, minuto para quitarse el polvo del camino que otra vez se pegará a mis ropas en el próximo movimiento de mi pie. Un transitar entre el estar y el ir, el marcharse y el quedarse, luz y sombra que se necesitan en opuesta definición. ¿No es acaso eso la vida: Un mar de posibilidades de las elegimos tan sólo una cara, quedando la otra cual lado oscuro de la luna? No la vemos, pero ahí está. Es el foco de nuestra atención el que ilumina la presencia y oscurece la ausencia, sin embargo todo es y nosotros somos todo.
Sin un observador que dé sentido a la realidad, carece de significado el que la luz que ilumina esta estancia esté o no encendida. Sin un lector las palabras quedan suspendidas como telas de araña en salón abandonado. Sin mirada no hay realidad, sin vida no hay experiencia. Sin error no hay acierto. Aprendemos en movimiento, a veces en escalada que nos corta el aliento y las rodillas, otras a pulmón abierto con sol en la cara y disfrutando de cada uno de los pasos.
Como los funambulistas adelantamos un pie mientras nuestros brazos se mueven para evitar el vacio, o nos paramos para que el vaivén no nos tire de la cuerda, o pasamos rapidamente al otro lado. No entiendo de recetas que acorten los procesos, que provoquen situaciones ideales en las que sentirnos en casa.
Cada cosa a su tiempo, decía mi abuelita. Cuan sabia me parece ahora, que ya no está conmigo y cómo entiendo todo aquello que me parecía una letanía sin sentido. Gracias abuela por todo lo que me has enseñado, todo lo que plantaste y ahora nace como pértiga a la que asirse cuando ando en equilibrios.
1 comentario:
Yo también imagino que soy funambulista.
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