viernes, 12 de marzo de 2010

Escondite


Me escondo de los lugares compartidos en los que la sonrisa es obligatoria. Me escondo tras la prisa y los juzgados, tras los pasos que se pierden en un horizonte sin límite. Me escondo de mis sueños, poblados de fantasmas, de estancias vacías, de países sin bandera, de libros sin páginas. Me hago un ovillo entre mis piernas y juego a rodar por las laderas convencida de que nadie conoce mis contornos, nadie sabe la historia de mi vida, lejana ya, pasada ya, muerta ya. Y ésta que se estira tras las vueltas es alguien sin sombra, alguien sin reloj, alguien que parece congelada o rustida, alegre o vacía. Los ecos de la música que entonamos ya no llega por los hilos telefónicos que me acercaban a tu voz. Las prisas, las prioridades, los malosentendidos campan a sus anchas tras nosotras.
Ya no es tu mano la que agarra la mía mientras el mar acaricia con su sonido nuestro caminar. No encuentro el lugar de tu casa en la mía, y mucho menos conserva la memoria algún rastro de los regalos de la vida en conjunción. Te pierdo en una marea de sinsentidos, de emociones enquistadas, de disculpas para no mirar de frente los reflejos en el agua. Ni las estrellas agrupadas en constelaciones marcan los senderos del pasado. Todo silencio, todo retrasado, todo en espera, como las llamadas interminables de una máquina parlante. Me escondo en mi rincón calentito en el invierno, sin querer sentir que afuera hace frío, que hace mucho mucho frío tras mi nombre en tu garganta.

viernes, 5 de marzo de 2010

Amanece


Me vuelvo invisible y transito por los recovecos del alma, lleno agujeros con agua de rosas y a mi señal las luciérnagas encienden sus verdes traseros como soldándole a la esperanza las esquinas lamidas por el tiempo.
Nadie transita a determinadas horas por la calle, salvo los insomnes y los ángeles caídos, mi taconeo se funde en un tictac sin reloj, sin corazón, sin escarcha.
A lo lejos el amanecer amenaza con rasgar la seda del camisón de la noche ... y amanece... y otro día se estrena intacto de sorpresas, de encuentros, de risas y lágrimas. Otra página que vamos llenando creyendo que podemos prever aquéllo que ha de llegar, sintiéndonos dueños de nuestra vida, sin darnos cuenta de que somos apenas minúsculos en un universo que nos supera en edad y gobierno.
Siento mi caminar pequeñito, al lado de estos árboles que me miran, que me dan los buenos días todas las mañanas. Me siento poquita cosa comparada con la sabiduría de su savia, con la firmeza de sus raíces, con la ligereza de los brotes de las hojas que han comenzado a asomar. Toco la corteza de su tronco y siento cada una de sus arrugas como el fiel reflejo de la vida que transcurre aunque nadie la observe, otro día nuevo, otro papel en blanco...