viernes, 5 de marzo de 2010

Amanece


Me vuelvo invisible y transito por los recovecos del alma, lleno agujeros con agua de rosas y a mi señal las luciérnagas encienden sus verdes traseros como soldándole a la esperanza las esquinas lamidas por el tiempo.
Nadie transita a determinadas horas por la calle, salvo los insomnes y los ángeles caídos, mi taconeo se funde en un tictac sin reloj, sin corazón, sin escarcha.
A lo lejos el amanecer amenaza con rasgar la seda del camisón de la noche ... y amanece... y otro día se estrena intacto de sorpresas, de encuentros, de risas y lágrimas. Otra página que vamos llenando creyendo que podemos prever aquéllo que ha de llegar, sintiéndonos dueños de nuestra vida, sin darnos cuenta de que somos apenas minúsculos en un universo que nos supera en edad y gobierno.
Siento mi caminar pequeñito, al lado de estos árboles que me miran, que me dan los buenos días todas las mañanas. Me siento poquita cosa comparada con la sabiduría de su savia, con la firmeza de sus raíces, con la ligereza de los brotes de las hojas que han comenzado a asomar. Toco la corteza de su tronco y siento cada una de sus arrugas como el fiel reflejo de la vida que transcurre aunque nadie la observe, otro día nuevo, otro papel en blanco...

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