domingo, 10 de agosto de 2008

Atila


Rey de los Hunos, dice el dicho que por donde pasaba no crecía la hierba en clara alusión a lo numeroso de su ejército y el uso de elefantes como vehículos de transporte terrestre, vamos lo que vendría a ser en la actualidad uno de esos tanques con ocupación externa.
Pues una vez hechas las presentaciones puedo decir que me he sentido como él gran parte de mi vida. Desde la adolescencia he pensado que yo era una especie de atila amiguil que exterminaba a las personas de mi entorno y comenzaba nuevos conocimientos. Así en un círculo interminable. Una y otra vez a lo largo tres décadas me enfadaba con mis amigos y hacía unos nuevos. Mi interlocutor tal vez se esté preguntando en este mismo instante qué hay de raro en cambiar de amigos. Nada. Pero yo tenía la extraña impresión de que no cuidaba bien mis relaciones y por eso se iban al traste. O lo que es lo mismo, que la culpable siempre era yo. Que había algo en mi carácter que me hacía tan intolerable que acababa por estropear algo hermoso.
Hace unos días hablaba con una de esas amigas del alma con cuya amistad me hace sentirme afortunada y me dijo que ella no tenía esa impresión de mi, más bien lo contrario. Y hace breves momentos me puse a pensar en cuáles son mis amigos y hace cuánto tiempo les conozco. Cuantitativamente hablando tengo amigos desde el instituto. He cambiado de ciudad en tres ocasiones y mantengo amistad con personas de esas tres ciudades.
Todo este rollo viene a mi descubrimiento, evidentemente teórico, de que la vida te deja determinadas personas, pocas en número pero grandes en sentimiento, en comunicación, en cuidado, en libertad, en independencia, en definitiva en AMISTAD. Y eso es lo importante. Esa etiqueta sobre la necesidad de relación amistosa con un montón de gente es tan absurda como lo es una película americana sobre la animadora popular. Todas las ideas que nos inculcan sobre la socialidad, sobre la necesidad de perdernos o identificarnos en un grupo no me valen ya. Reivindico la individualidad en este segundo de descubrimiento. La individualidad como relación de individuos, de persona a persona, chic to chic. No más grupos tomados como un bloque, solamente nombres propios. Y si después el /ella decide unirse en un ellos ocasional y voluntario fantástico.
La verdad es que no puedes escaparte de ti mismo. Todos y todas cuando nos metemos en la cama, justo en este instante en que los ojos se cierran y todo se diluye, estamos SOLOS. Me gustaría compartirme desde ahí. Desde estar a gusto en ese instante y a la mañana siguiente cuando abro los ojos. Pensando que es la vida la que se lleva personas de tu lado, dar las gracias por el tiempo compartido y seguir caminando y encontándote compañía con la que caminar el rato que nos toque. Mirando crecer la hierba en los lados del sendero.

viernes, 8 de agosto de 2008

La poda


Por encima de mis sueños, los ramajes secos, que adornan el tronco que antaño reverdeciera y diera fruto, se mueven con aires de tormenta, de huracán de intesidades apuradas con vino joven. El verde prado ahora páramo de silencios anuncia una primavera nueva de flores yerma. En barbecho espero. Dejo mis humores hacerse humus. Llegará el tiempo de la poda, el fuego limpiador barrerá las sombras de solsticios. Vendrá el otoño y todavía sin espera de retoños en mis ramas. Démeter reposando a mi lado, peinando la pérdida del dorado trigo mientras la masa del pan descansa al compás que la leveda. El ritmo es lento, el paso cansado. La salvia no se altera, exige un descanso merecido después de tantas y tantas cosechas. Nada invita al movimiento, solo la quietud sin tregua. Sin escondite se levanta al arroyo y me refleja. El movimiento de sus aguas dibujan veredas recorridas en el juego que círculos rodea. Apuro la llamada sin estar despierta, ansío sin preguntas el sentir ... y me hago selva.

viernes, 1 de agosto de 2008

TODO INCLUIDO



Acabo de regresar de un viaje a la península del Yucatán, México. Mi piel aún conserva la humedad de un ambiente de iguales partes acuiferas y lumínicas, el resplandor del sol que nunca cesa, la claridad de unas aguas verdes esmeraldas que muestran todo lo que contienen, el olor de la vida saliéndose por cada esquina, por cada trocito de tierra, por cada hueco en la piedra. El caribe mexicano es una metáfora de superviencia, de llanuras ganadas a una superficie que se desgasta llenándose de agua, de peces, de selva.
Una se siente pequeñita en la inmensidad del verdor salpicado de rojo que rodea sin asfixia la vida cotidiana. Las casa de adobe, parecen literalmente tragadas por la vegetación que no da tregua. Allí madres, hijos, familias enteras amasan tortitas entre el calor del aire y del fuergo a partes iguales.
El contraste, siempre el contraste por todas partes. El despilfarro de los complejos hoteleros que secan los cenotes para instalarse insolentes encima de una arena blanca hecha de desechos de coral que no se calienta, por la que puedes andar a 40 grados sin que las palmas de los pies queden pegadas a sus granos, las pilas de comida no digerida, cogida con los ojos y no con la necesidad apilándose en mesitas y recicladas por los cuervos que se acercan dándose el festín de la occidentalidad. Y unos metros al otro lado de la carretera el adobe, la necesidad, las chozas hechas de hoja de palma, donde el aire acondicionado está totalmente fuera de condición, los bikinis se transforman en vestidos coloreados, trenzas recogidas, chamaquitos corriendo entre la polvareda y los vestigios de camionetas, motos, cubos.... El lujo y la supervivencia viviendo juntos, a escasos metros, dándose la mano en desigual relación. A quién le importa cuando uno tiene una pulsera que le da entrada al paraíso? Es pintoresco sacar fotos de la pobreza cuando llegas al hotel y frente a ti se despliega un sinfin de manjares: frutas, carnes, ensaladas, pescados, pasteles. A quien puede importar la diferencia? Yo pago mi todo incluido, pero desincluídas las cosas feas, las necesidades de otros, el expolio de un país en el que la mayor parte de la población sobrevive, se busca la vida como puede, observa el carnaval del occidente sintiéndose no invitado al festín.
Ojalá todos estuviesen incluídos, todos pudiesen disfrutar de un mar que te abraza, que te muestra millones de peces de colores que nadan a tu lado, complices de una danza compartida, del festín de una mesa llena de aquello que te apetece, de la música entretejiendo ambientes en los que dejarse llevar.
México, país maravilloso, paraíso para los que pueden, los que tienen "lana", encrucijada para los que la buscan...
Inventemos un mundo en el que sí todos estemos incluídos.