martes, 31 de marzo de 2009

La verdad


Estos días me persigue un tema. El re-tratado dilema sobre si decir la verdad en todos los casos es malo o bueno. Si la sinceridad debe ser la estrella que marca el norte de nuestro comportamiento o, por el contrario, la sinceridad es un valor en desuso en una sociedad tan "civilizada", tan nice que dirían los anglos, como la nuestra.

Yo busco la verdad.

Cuando era niña me atormenta la coherencia y la verdad o la mentira y la complacencia como polos de un mismo enchufe. Así, no entendía porqué en el mundo adulto las cosas cambiaban de mano en mano, las frases se enfatizaban o agrandaban, o empequeñecían volviéndose cortantes. Unas veces cuchillos, otras veces algodones. En mi inocencia infantil metía la pata constantemente con conversaciones que no podían ser repetidas, o que eran cosa de mayores, lo que se dice en casa no puede salir fuera, o no es bueno llevar y traer... Eso me creó tal confusión que opté por el silencio. Pasé años de mi infancia callada, sumergida en los libros mientras alrededor se fraguaban las pequeñas batallas cotidianas, los grandes movimientos lúdicos desencadenantes de sonrisas que se transformaban en muecas de hastío en solitario.

Hubo un tiempo en que mentí. Me mentí a mi misma, mentí a los que más quise, mentí a la vida y traicioné lo sagrado, lo intocable, lo impoluto. Juré que nunca más volvería a mentir, intentaría ni que una pequeña mentirijilla se me colase. Fue un ejercicio espartano. Una lucha diaria con la civilización, lo agradable, lo políticamente correcto que me granjeó más de una enemistad, más de un "y quién te ha dicho que me importe lo que pienses..."

Hoy, que los años, las risas y las lágrimas han surcado mi rostro convirtiéndome en la mujer adulta que soy, respondo si a la verdad, pero si cuando no suponga cargarte al otro, minar su autoestima, destrozar algo bello, dejar de compartir, dejar de sentirme pequeña para declararme la jueza del mundo. Dejar de ser un ser humano para construirme una peana, dejar de orinar para miccionar agua bendita... Quién sabe qué es la verdad, acaso nos hemos vuelto sabios? Porque, si es así, no sé qué le está ocurriendo al planeta, qué le está ocurriendo a la economía, la política, la moral... Será pues que no somos sabios, que somos prepotentes, orgullosos, vanidosos, envidiosos y necesitamos constantemente que el foco de un escenario imaginario nos enfoque, nos destaque, nos eleve por encima de los demás.

Todos necesitamos sentirnos especiales para alguien, la comodidad, la rutina, las falsas creencias que nos impone la sociedad acerca de la belleza, el éxito, lo correcto dan al traste con cualquier relación con nosotros mismos.

Sin embargo, me sigue gustando la verdad, sigo buscándola e intentando que mis alumnos la busquen. La verdad individual y la colectiva. Esa que me hace ser parte de ti, persona que lees esto, que me hace ser tu igual, un otro-yo y por tanto que evitará que me haga dañoa mi misma a propósito. Porque no decir la verdad muerde, pero hay verdades que también muerden por si mismas.

jueves, 26 de marzo de 2009

Marchen ARRRRR!!!!!


Estoy cansada.

Tener que lidiar con dime diretes y tonterías varias me agota.

Tengo la necesidad de ser quien soy y de relacionarme con otros que sean quienes son.

Nada de caralladas. Simplemente la reivindicación de la individualidad como derecho. Pero tener las cosas claras, no dudar a la hora de elegir un menú, una película, un color, una forma de ocio no está bien considerado. Porqué? Pues porque si te tratas con alguien que no lo tiene claro o que se apunta a tus elecciones es que tú mandas.... Mandar qué?????

Una se supone que la persona que tiene al lado elige ejerciendo su propia libertad. Si elige tu opción será porque le parecerá mejor o quizás si le hubiera dado un poco de tiempo quizás no sería mi opción sino la suya (La lucha por la autoría de las elecciones es algo que me aburre soberanamente).

Pero cuando otros más acostumbrados a una forma de elección distinta, se percatan, te convierten en una mandona que le diriges la vida sin misericordia a la pobre víctima que tienes al lado. Y la tal víctima se calla, apostilla, da medias verdades por respuesta que consiguen que tu fama de Generala del ejercito de todas las tierras, mares y aires llegue a cobrar tal tamaño que nada de lo que haga el otro parezca de su propia autoria.

Y yo me pregunto porqué consideramos malo al que lo tiene claro y no al que se deja arrastrar... en esta sociedad de rebaño de ovejas en las que hay que decir beeeee en el mismo tono, en la misma nota, con la misma intensidad, no se soporta que alguien decida no balar. Los buenos son los corderitos a los que dirige el lobo de siempre.... pero ay de cuando el lobo se encuentra con una cabra que no da su cuerno a torcer.... Entonces el ser corderito es el peor de los comportamientos pero esta vez porque sigues a la cabra....

Yo no quiero ser ni cordero, ni lobo, ni cabra. Sólo quiero ser yo y ya.... Déjenme en paz los que piensan que soy autoritaria, o mandona o marimacho. Déjenme tranquila los que juegan a juegos de seducción porque necesitan un foco que les ilumine todo el tiempo. Déjenme en paz los que no se acerquen a compartir lo que sea pero de verdad. Déjenme los que no quieran conocerme.

No temo estar sola. Ya lo he estado muchas veces. He aprendido a llevarme bien conmigo misma, a no necesitar que nadie me diga que estoy guapa o que aún soy deseable.

La vida me parece un espacio con muchos matices unos oscuros y otros claros, a ambos abrazo sintiendo que ninguno permanece demasiado tiempo. Todo es un pasar, un irse, un venir. En la corriente de mi existencia ya no tengo necesidad ni de nadar a contraconrriente ni de dejarme llevar como pez muerto. Nado y floto a ritmos desiguales, contenta de mantenerme a flote. Curiosa por las orillas que descubro y por las otras tantas que vendrán. No ordeno ni obedezco simplemente vivo y elijo. Si tu elección es diferente a la mía vívela a tu modo, pero no me uses de excusa para no elegir, para no cuidar, para no ver, para no sentir. Es una responsabilidad demasiado grande ser el centro del universo de alguien. No lo necesito, nunca lo he pedido y nunca lo pediré.

lunes, 16 de marzo de 2009

...


La tierra se remueve con aire de bostezo. De los rosales, aún cerrados, emergen las promesas de salutaciones, felicidades y deseos de nubes. Nada en el barrio carece de lugar, incluso el canto del gallo llega, como siempre, adelantado a su cita con el sol.

Ni siquiera el sonido de mis pasos dirigiéndome a tu portal resultaban extraños a la luna, que inflamada, dirige guiños de luz entre edificios. Una extraña serenidad invade mi insomnio aunque añoraba la suavidad de tus yemas dibujando meandros entre mis cañas. El reloj ha perdido la cuenta de los segundos, abriendo mi espera hacia el infinito donde puebla la profundidad de tu mirada.

Subir en ascensor sin ti, es un ejercicio circense de sombras y luces. Sin tus brazos no alcanzo los botones del pulsador y asciendo por una espiral de incertidumbres, de dudas, de escondites. Pero si al abrir tus puertas es tu abrazo quien me recibe, llego a casa, encuentro mi refugio de los mil y un caminos, de las mil y una puertas. Es tu piel mi piel por un momento deshojando fronteras y banderas. Me estremezco sin miedo, sin aullidos. No busco enciclopedias que contengan los saberes, las ganancias. Me llena el silencio compartido, la mirada centrada en la misma dirección. Sin diplomas ni reconocimientos, más que tú en mi, más que yo en ti.

martes, 3 de marzo de 2009

Tabú


Me pregunto a mi misma cuándo un tema se convierte en un tabú. En algo de lo que no se puede hablar sopena de crear un malestar, un enojo, una falta total de empatía en el receptor de las susodichas palabras.

Porque, en principio, todo el mundo estaría de acuerdo en que se puede opinar sobre cualquier cosa. ¿Estamos seguros...? ¿sobre cualquier cosa? Y si resulta que mi opinión sobre las excelencias de tu manera de trabajar no son iguales que las mías, o si a ti te parece que mi relación con mi ex novio es demasiado cercana, o si mi madre o la tuya son unas cotillas.... Entonces ¿podemos seguir hablando como si la cosa no nos tocase?
Yo no sé porqué extraña razón decidí hace muuucho tiempo no ofenderme con las opiniones de los demás. Las que no me gustan paso de ellas, y las que tienen alguna resonancia conmigo las contemplo. Me da igual que opines que mi padre es un tipejo de la peor calaña o si mi hermana lleva una pinta de zorrón verbenero de no te menees, o si mi abuela es una ladrona y guarra... Todo es cuestión de la posición que adoptes frente a la realidad del otro.
Pero hay veces que las opiniones duelen porque vienen de alguien de quien no te da tan igual que diga esto o lo otro, porque ese alguien te conoce, sabe quién o qué eres. Entonces es cuando hay que hacerse cargo de lo dicho, observar el tono con que fue dicho, que lo motivó, la resonancia o no que tiene en nosotros. Por supuesto que habrá quien se equivoqué y no de pie con bola, pero habrá muchas veces que, pese al disgusto inicial, tengamos que replantearnos nuestra postura.

Las peanas, los altares, las urnas de cristal en las que meter situaciones o personas y las vuelven intocables no me parecen la mejor de las opciones para crecer, para relacionarse, para aprender. Podemos y debemos equivocarnos porque es la única manera que tenemos de aprender lo que no sabemos, de evolucionar a posturas que sean más amables con quienes somos en realidad. El inmovilismo, el esto no me lo mientes porque me cabreo, no deja de ser una postura intolerante con la vida que es movilidad, fluidez, cambio. Enquista y no permite una mirada objetiva sobre aquellas cosas y aquéllos a quien amamos, pero que no dejan de ser humanos con sus fallos y sus aciertos, sus virtudes y sus vicios. Reconocer la parte oscura de la realidad, no la hace terrible sino que nos prepara para aceptar que no somos dioses perfectos e inalcanzables. Todos, todos, todos tenemos algo que no nos gusta de nosotros mismos o de nuestras familias, sin que por ello tengamos que odiarnos o maldecirles...

lunes, 2 de marzo de 2009


Tengo un ramo de flores violetas que se secaron sin perder su color. El aroma que antaño las envolvía fue perdiendo intensidad a fuerza de enmascararlo con perfumes y esencias. Por un tiempo olvidé su existencia, olvidé su localización, su forma, su significado. Quise arrancarlas de la maceta que oculta sus raices bajo capas de epidermis.

Un jardinero me insto a volver a regarlas con aguas de otras lluvias, de otros paisajes, de otra cultura. Probé a nombrarlas en chino, en francés, en eslovaco, japonés, ruso o árabe. Pero no econtré palabras que se les asemejasen.

Decidí entonces no llamarlas, no nombrarlas, hacerlas invisibles y... olvidar que un día planté flores con la esperanza de que la primavera se instalase bajo mi hombro.

Un vestido de tactos me regalaste mientras tus ojos brillaron con promesas silenciosas. Descubres mi orografía y te instalas en el fondo de mi vientre, donde tu cabeza se recoge levantando árboles en mis valles. Poco a poco asciendes por mis cumbres, llegando a los abismos y, sin miedo, te lanzas en caída libre hasta que las ramas secas de mis flores enganchan tu cabello. Y así las viste, y así tus caricias y cuidados vencieron los inviernos que uno tras otro coloqué en racimo sobre ellas. Derretiste las nieves. Soles y lunas recibieron nuestros despertares, al unísono que las hojas de mis flores se abrieron a las yemas de tus dedos. Y, entonces, la primavera dejó de ser una espera.