martes, 1 de noviembre de 2011

Otoño


Aroma de humo y agua en el aire anunciando el frío y el encierro.
Tras mis pasos, mi perro camina tranquilo mirando hacia atrás por si me pierdo. Busco entre las tapias los restos de las flores y encuentro primaveras con las esquinas intactas, altivas de hermosura, burlándose del tiempo y las estaciones. A su lado los árboles pierden sus hojas, lentamente, como relojes de arena en medio de una duna. No existe la prisa en mi paseo, ni siquiera los pájaros se molestan en aletear planeando en las corrientes de aire, deslizándose ligeros entre nubes.
Y pienso y sonrío pues nada interrumpe mi paso hacia al mar, que oigo, que huelo, como promesa, como la cita de mi vida que llega en el preciso instante en que ya no la esperas. Paseo en mañana de domingo, antes de que las campanas llamen a misa, antes de que los periódicos irrumpan la tranquila inconsciencia de la vida en solitario. No hay más habitantes en el mundo que vento y yo. No hay más necesidad que el siguiente paso de mis pies. Qué felicidad no tener nada más que un camino hacia el mar y un perro que siga mis pasos. No necesito nada, no soy nada más, no hay mundo fuera de estas tapias llenas de hiedra roja. No hay nada más y no me importa.