sábado, 26 de marzo de 2011

Apocalipsis


Dicen que llega el apocalipsis.
Que los estragos del propio ritmo de la naturaleza, que a nosotros se nos antojan caprichosos e injustos, son la señal de que el fin de los tiempos se acerca.
No puedo más que recordar los mil y un apocalipsis anunciados a lo largo y ancho de la historia: los maltrechos cambios de siglo, las pestes bubónicas, las enfermedades incurables que diezmaban por igual a pecadores y beatas. Los eclipses solares que ocultaban al astro rey, dios y señor de la fotosíntesis. Los movimientos de la tierra, creadores de valles y montañas. Los maremotos y riadas que ponen las tierras en su sitio, que annegan lodadales y desiertos. La esterilidad de la primera civilización que da oportunidad a los desafortunados para poblar un planeta que a fuerza de lejano se torna hostil de frontera en frontera...
No puedo más que pensar que el ritmo nos es impuesto, que el orden está realmente ordenado, que, aunque nuestros pobres ojos, nuestras pobres mentes, tilden de catástrofes todos estos y muchos más momentos planetarios, no responden más que al sostenible plan de reciclamiento que la naturaleza realiza periodicamente.
Pues no somos más que un parásito del planeta, una pequeña garrapata que le roba por igual suelo y agua. Aire y madera, fuego y entrañas. La naturaleza no es moral, simplemente es.

domingo, 6 de marzo de 2011


Y amanezco entre rayos de un estupor nuevo y desconocido, entre bajar la cuesta que separa mis dos nombres y envolverme de ti para dormirme soñando nubes algodonosas, grandes como universos. Colmarme de ti en un respiro, vaciarme por dentro de palabras y tildes. No recordar ni esperar nada, sin pasado lejano ni futuro presente, simplemente estando, quieta, despejando las telarañas que cubren de niebla mis pestañas. Sin cuerpo, sólo mi corazón latiendo al ritmo de las estaciones.
Quito las malas hierbas de mi jardín y planto buganvillas entre columnas, deseando que crezcan y florezcan en esta nueva casa. Me siento en la galería y reconozco la savia burbujeante del nogal que abraza la visión de mi misma allí sentada. Escuchando el viento, el piar de los pájaros que se acercan sin miedo a recoger las miguitas que esparcimos por el suelo. Y todo parece tan sencillo, todo tan cercano ... Descubro las pisadas de los años en los suelos de la casa. Quiénes recorrieron esas estancias? Estarán impregnadas de amor sus pinturas? Qué nos depara el sonido del mar en las noches de verano. Inquieto mi ánimo me conmino a parar, a no desear, no juzgar, no buscar más manchas al sol, no tratar de alcanzar el lado oculto de la luna para cambiarle el color, para plantarle flores al desierto.
Cómo dejar de querer vaciar de arena las playas, cómo no contar las gotas que prenden en mi pelo tras la lluvia, cómo dejar de ver lo que está oculto, cómo ser simplemente, llanamente, cómo estar de acuerdo con los líquenes y los musgos.