jueves, 26 de junio de 2008

La comodidad


Tiene el amor algo de cómodo?
En el sentido de encontrarse a gusto, de ser uno mismo, de no andar con hipocresias o sutilezas exageradas supongo que si. Pero el amor no siempre tiene la cadencia necesaria para que no nos incomode, no siempre nos toca bailar cuando llevamos calzado adecuado, o los martes y los viernes nos viene mal hacerle caso.
El amor tal y como lo busco es atropellado, imprevisto, sorprendente, cuando me acoge para mecerme me dejo ir, pero no puedo acocharme en un colo dentro de un horario previsto. Mi amor sale pitando porque no hay nada más importante que encontrarse con el amado, mi amor deja el espacio suficiente para crecer individualmente porque tiene un gran espacio común donde confluir. Mi amor no entiende de horarios, reglas, retrasos o aplazamientos. Mi amor lo da todo porque todo lo recibe y lo que no está dispuesto a dar no es arrojado como lanza punzante.
Mi amor es generoso, complaciente sin perderse en perspectivas inapropiadas, aventurero y provocador, no concibe la rutina de los saludos cansados. Mi amor busca sonrisas complices al tiempo que acaricia sin usura. Mi amor escucha y después habla y si no se le ocurre nada tararea sones que tranquilizan las dudas.
Mi amor perdido, inexistente, escurridizo, salado como agua de mar, se queda mirando esos amores adolescentes de las primeras veces y se encuentra tan cansado, tan derrotado. Ve la energía de un sentimiento recién nacido y no puede más que envidiar la intensidad perdida por el paso de los años. La añoranza de la esperanza puede más que la comodidad de un tiempo semicompartido, no cree pero quiere creer... Hay algo más impreciso?

jueves, 19 de junio de 2008

Los chicos-tomate


Desconfío del amor a mi pesar... Desconfío de los estragos del tiempo. Desconfío de la intensidad de los sentimientos de los hombres... Cuando dicen amor, la mayor parte de las veces quieren decir sexo asegurado para los próximos ¿meses? ¿años? Sé que no estoy siendo muy justa, que hay excepciones, que hablar de los hombres y sus tópicos es como hablar de los catalanes, vascos, gallegos, chinos....... No somos genéricos en el amor, somos individuos. Más últimamente me encuentro que muchos de los hombres con los que me encuentron hablan del amor y se situan ante él como si fueran una planta de tomates.
Me explicaré.
Mis (es un decir) chicos piensan que el amor tiene fecha de caducidad: nunca supera los tres años, que tiene fases que van de la pasión a un aburrimiento mortal, que el 80% de una relación es tener buen sexo, que las mujeres queremos atrapar en una vida completamente anodina y ñoña a un hombre que nos haga sentirnos seguras, y que esto es así, como es así que una planta de tomates florece, da tomates verdes, que luego son rojos, luego se pudren y la planta se muere. Este es el ciclo inpepinable del que ninguna planta de tomates se libra, a no ser que nos metamos en materias botánicas y dediquemos una serie de cuidados y paliativos a la planta en cuestión. Yo les llamo chichos-tomate, esta visión de la vida en la que la voluntad, la libertad y la no determinación no tienen cabida. En la que las cosas ocurren por unas fuerzas indeterminadas de las que ninguno nos podemos librar. En las que la responsabilidad individual, el compromiso y la propia actitud no tienen ningún espacio. Es la visión mecanicista del amor, la disculpa perfecta para no intentar sentir, expresar, arriesgarse, ponerse en ridículo, sentirse incómodo, replantearse quién es o quien deja de ser uno.
Lo malo de los chicos-tomate es que van haciéndome mella, haciendo que me plantee si yo también creo en la incapacidad de pervivencia del amor. Estoy en un mar de dudas sobre si la vida amorosa es algo como la comida basura o como un buen guisado que necesita de mucho tiempo de cocción, vino bueno que lo acompañe, una buena tertulia, un postre que realce el cambio de sabores, un café que te despierte del sopor de sentirse saciado y un buen paseo con alguien a quien quieras para rematar un momento que no sabe de prisas.
Teóricamente me situo sin dudarlo en esta segunda opción, no en vano mi primera relación duró veinticuatro años en los que hice de todo por conservar vivo mi sentimiento. Pero ahora tras verlo fracasar estripitosamente mi confianza en el sexo contrario se resquebraja, se llena de una realidad que no me gusta. NO quiero aceptar que el hombre sea un ser incapaz de un sentimiento verdadero, que biológicamente esté tan condicionado que tenga que ir de flor en flor como las abejas y que nada que él pueda hacer pueda conseguir que tras pasada la etapa pasional se aburra como una ostra con la misma mujer.
¿qué pensáis vosotros /-as? Me ayudaría mucho que pudiéramos hablar sobre este tema libremente y leer las verdaderas opiniones de hombres y mujeres más allá del topicazo. Sé que la elección es mía pero en este momento me muevo en blanco y negro, regaladme un poquito de color.

jueves, 12 de junio de 2008

Inocencia


Lo fugaz o lo permanente?
La verdad o los espacios oscuros?
Martina coleccionaba contrapuntos más allá del arco de su violín. Se movía como pez en el agua entre las contradicciones de la existencia que se abrían en abanico ante sus ojos, dotando a la realidad de una riqueza infinita de opciones y amalgamas graduales. Lo que a sus ojos eran un don, parecía a miradas ajenas un carácter pusilánime vacío de acciones, directrices, objetivos...
De los que se llamaban sus amigos surgían reproches ante tamaña falta de decisión. La montaña o la playa?
La montaplaya- respondía ella, arrebatada por una sonrisa picaruela.
Venga ya Martina, elige. Excursión a dónde?
A la montaplaya- respondía con terquedad.
Martina lo quería todo, lo buscaba todo y quería encontrarlo así, enterito, lleno de matices, sin renunciar a nada. Todo le parecía valioso. La vida como un inmenso síndrome de Diógenes del que naciése algo nuevo cada día.
La primera vez que se enamoró quiso hijos y vejez en el mismo instante en el que el primer beso estallaba en su boca. Por supuesto que fue un segundo, pero un segundo tan claro, tan verdadero, tan afín con el ritmo universal que no pudo volver a reproducirlo. Así que se dedicó a besar nuevas bocas para recuperar la certeza de la verdad esencial de su vida. Ese momento nunca volvería pero Martina no cejó en su empeño ni se deprimió por ello. Decidió experimentar nuevas sensaciones en una graduación más baja pero igualmente placentera. Coleccionaba besos de colores, de sabores, de estaciones del año, de nostalgia, de alegría, de emoción, besos como catedrales solemnes y gradilocuentes, besos de río: refrescantes y escurridizos, besos de paraguas (esos que te quitan la humedad), besos de alcanfor un poco rancios, besos mareados con sabor a guindas, besos de escondite sonoros y rápidos, besos de manzanas abiertas plenos de misterio, besos de elefante en cacharrería interrupciones abruptas...
Martina tenía tantas y tantas clases de besos que cuando alguno le pedíamos que nos diera uno, comenzaba a listarlos y era imposible hacer ninguna otra cosa que esperar y elegir.