miércoles, 14 de mayo de 2008

Tonterías


Era un hombre tan tonto, tan tonto, tan tonto que arrancaba margaritas y las plantaba en sus bolsillos con la esperanza tan tonta, tan tonta, tan tonta de convertirse en jardín. Un día este hombre tonto se dió de bruces con una capullo de rosa y pensó que quizás estuviera bien esperar a que se abriera para ver sus colores, oler sus aromas, explorar sus insectos y hongos, lo que le daría una idea de si era posible contemplarla como posible ejemplar de su plantación.
Se instaló en una silla justo en frente de la flor y comenzó por observarla. Vio cada uno de sus movimientos siguiendo al sol, cómo el rocío la dejaba perlada de gotas que brillaban como estrellas. Fueron varios días y noches sin moverse, sólo mirando. Al octavo día, el capullo comenzó su apertura, como si se hubiera tragado una enagua de varios colores. El hombre tonto no pudo reprimir un sonido de admiración Ohhhhh!!!
Una vez que comenzó a hablar ya no pudo parar. Le contó a la rosa su intención de convertirse en jardín, los años de recolección, de soportar las burlas de los demás por su sueño, de elegir los ejemplares uno a uno, de imaginarse qué clase de jardín sería: un jardín inglés lleno de flores silvestres y en desorden natural o un jardín francés con los setos bien cortados y adornado por estatuas.
Así, poco a poco, fue narrando su vida, la lucha por ser diferente a los demás, cómo el único lugar en el que se sentía felíz era el jardín de su abuela, su indiferencia total por el mundo urbanita.
La rosa que oía embelasada aquella historia interminable y llena de matices, se fue aflojando hasta que un buen día se abrió totalmente. Sus pétalos de un rosa pálido se bordeaban en granate y su aroma era tan dulce que miles de abejas la rodearon en un momento. El hombre tonto se deshizo de ellas a manotazos y acabó lleno de picaduras que le escocían bajo los hierbajos que se había comenzado a plantar en la cabeza. De un tirón arrancó la flor y se la plantó en el bolsillo de la chaqueta. Horas más tarde la flor ájada por el calor, perdía uno de sus pétalos. El movimiento del cuerpo del hombre la dejó tan mustia que no llegó viva a la noche.
El hombre tonto ajeno a la destrucción que provocaba siguió su labor de recogida de flores y pronto estuvo tan lleno de hierbajos y flores en putrefacción que nadie, ni siquiera los insectos se le acercaban, así el hombre tonto acabó convertido en un montón de compost.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

cuanto tonto con poder hay en esté mundo...

mirada dijo...

Buenooooo
Me encanta, que si.. que si...
Es un cuento muy bien escrito.
Podría ser parte de una actividad de sensibilización...
Podría ser leído por una cuentacuentos o un cuentacuentos...
Genial.
Uno y mil besos, gracias corazón.

Nuria dijo...

Que historia tan buena.
Me gusta mucho tu forma de narrar historias que son tan reales y que poco se miran...
Un saludo