
Cabalgo sobre tu lomo
con la melena latigando el aire.
Tomada por la fuerza invisible
que marca la agitación del movimiento.
Inconsciente de la posesión de mi cuerpo,
farfullo que soy yo la rienda,
la senda, la que manda.
Cuando arrebatada, me veo desde afuera,
cuento los fuegos que me incendian
y la incapacidad de apagarlos con mi agua.
Tras el camino andado, me siento a respirar,
anoto en mi cuaderno las paradas del viaje,
y no son metas: tan sólo instantes en los que detengo
el caminar insolente de la furia que,
por momentos, se adueña de mi mente.
Sin espacio, sin lugar, sin reconocimiento,
mi enfado se esconde en los pliegues
del segundero del reloj que hace andar el calendario.
Juega a las escondidas en mi interior,
permitiendo que saboree la calma, ilusión de partida,
del que observa el juego esperando a que lo encuentren.
Sin prisas calcula mis movimientos, prevé mis vacilaciones,
estudia el tiempo preciso y se hace visible.
Esta lucha interminable acaba por agotarme.
Ahora espero su próxima abatida,
para cercarle en un abrazo y haceme su amiga.
Sé que ta sólo así podré liberarme.