La poesía puede ser una buena medicina para la decepción.
Tras el sentimiento que lo asola todo, la falta de confianza en cada centímetro de este planeta, en los cuepos de sus pobladores, después del pozo y la oscuridad.
De vivir intentando no sentir cada latido de tu corazón como una tortura, porque parece que grita lo que tus oídos no quieren volver a oir.
Después de bajar a los infiernos una y otra vez gritando para ayudar a una Eurídice que ya no reconoce, después de la desesperación,
la poesía se ofrece como un refugio.
La poesía abre una senda de luz que recorrer despacio, llenando huecos poco a poco, con una claridad de amanecer nuevo, de desconocimiento, de safari sin brújula en el que en ocasiones te devoran los mandingas y, en otras, encuentras lagos azules en los que sumergirte.
Es la poesía que encuentro a mi alrededor la que me protege de los gusanos, de la podedumbre que, como residuo, aún queda en mi.
Veo los estragos de la decepción en mi misma. Veo su dolor cuando afloran. Pienso que, como las cicatrices de las cirujías, siguen ahí hasta que te vas.
Al fin y al cabo, la decepción nos quita, como los cirujanos, una parte de nuestro interior.
Es el recuerdo de una operación que necesita analgésicos durante largo tiempo y que, en las noches oscuras y húmedas, duele como un músculo artítrico.
Sólo si encuentro la poesía a mi alrededor, si creo en las metáforas del camino, del proceso de vivir, sólo si me descubro embelesada observando la luna, puedo volver a confiar, a creer, a sentir.... sin aullar.
1 comentario:
Mari, te aseguro (y creo que hablo por todas tus maris aquí) que es un placer que hayas encontrado el refugio de la lírica para poder volver a sentirte. A mí me acompañas aquí en el polo norte de una forma incluso más cercana, si cabe. Me permite ver cosas que siempre supe que tarde o temprano saldrían a la luz.
Te quiero...
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