Nuevo día del desenganche de tu nombre, tus manos, tus ojos. La tecnología hoy se me ha puesto en contra y me regala con las fotos en las que sacaba hierbas de nuestro huerto, en nuestra casa. La misma que hoy me parece ajena, de otra vida.
Reviso mi postura corporal buscando alguna tensión que revele los motivos que me llevaron a incendiarlo todo, pero me encuentro en actitud relajada, feliz entre calabacines, tomates, flores. Puedo recordar la temperatura exacta del aire, el calor en la parte baja de mi cuello, el olor a tierra, las abejas zumbando alrededor de la hiedra que cubre el muro. Los liliums florecidos llenando el aire de olores rosáceos como su color. La verja verde que me servía de asidero para no perder el equilibrio cuando las raíces de las malas hierbas estaban muy enterradas. La ilusión con que plantaba cada uno de los pequeños plantones, la esperanza contenida en el deseo de que creciesen, diesen fruto. Tantos ratos disfrutando del tiempo de plantar y esperar, de cuidar y confiar. No supe hacerlo contigo ¿o si? En este instante en que la escritura vuelve a ser mi compañera, mi descargo, la que me escucha sin juzgarme todo se vuelve confuso. Alterando los tiempos de las cosas, las conversaciones, los silencios. Tecleo las letras de mis post con la esperanza del arqueólogo, con la ilusión del descubridor de nuevos mundos, con la sinceridad de un juez justo. Deseando encontrarme en cada línea para aprender, para seguir o pararme, para vomitar lo que se haya quedado encajado.
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