
Tus palabras, como erizos, se quedaron en mi garganta.
- Duermo contigo porque ésta es la habitación más caliente de la casa -
Escrutaba tu mirada por si algún gesto delataba una mentira, una duda, el resquicio de una venganza no sentida, pero no. No había más que la frialdad de la distancia creada por el tiempo, una distancia de la que no me había percatado, o quizás no quise hacerlo.
Palabras rojas salieron por mi boca, roja la mirada, rojas las lágrimas, rojos los ademanes de mis manos, desatando sábanas, arrastrando muebles...
Me instalé en el cuarto de al lado. El que había sido mi despacho. Con mis libros, mi mesa, mi ordenador. Todos estos objetos, tan conocidos, se presentaban ahora como una nueva escenografía de un drama del que no sabía el final. Allí mi orgullo se acrecentaba al tiempo que la angustia me movía en oleadas de desesperación.
No sé cuántas noches, días, horas pasaron cuando me decidí a abrir la puerta de salida de mi casa, dispuesta a emprender una nueva vida, a buscar una nueva definición de mi misma que no contuviera tu nombre.
Volví. Al cabo de unas semanas volví. Podría dar mil explicaciones que hablasen de cómo me sentía, de mi imposibilidad de respirar, del pánico que me producían las ventanas abiertas por las que me asomaba haciéndome mar. Pero no viene al caso, pasado el tiempo del fracaso estrenando alas, volví con mis maletas llenas de ropa sucia, vencida por mi incapacidad de reconocerme.
Me recibiste sin alegría, con una extraña quietud. No te molestaba que yo estuviera ahí, pero tampoco notabas mi presencia al igual que no echamos de menos aquello que no nos hemos dado cuenta que nos falta.
Te regalé un corazón de cristal aquella misma noche.
-Toma -te dije- te lo presto mientras no encuentras el tuyo-
Y me fui a la cama a rumiar mis deseos, mis necesidades, tu falta en las orillas de mis caderas. La noche fue interminable. Me levantaba y llegaba hasta la puerta de tu dormitorio, escuchando por si te oía llamarme. Regresaba al mío para seguir peleándome con la cama, incorporándome precipitadamente cuando tu voz tosía en el cuarto de al lado.
El corazón latía rápido, si mi pensamiento me traicionaba, imaginando cómo te ibas a meter en mi cama, cómo me dirías que me quedase, que todo era mentira. Que me alejabas de tu vida para que fuese más felíz cuando lo que deseabas era que me quedase a amarte.
Por supuesto nada de esto ocurrió. No sé qué es lo que hiciste tú aquella noche, no sé qué pensaste, si pensaste algo o si fue como una noche cualquiera, en la, ahora, habitación más fría de la casa. En el umbral de lo que iba a ser mi vida sin ti, mi nuevo comienzo, mi regreso de los infiernos.
Observo aquellos días con lejanía, como cuando no recordamos exactamente el guión de una película que vimos en el pasado. Me pregunto a mí misma cómo fue posible mi entereza, mi aceptación, cómo en el medio de la locura pude conservar la esperanza de recobrarme.
Me da mucha pena no poder pasear contigo de la mano por la playa, no poder contarte lo bien que estoy detrás de un humeante café, no despedirme de ti y desearte que la vida te dé lo que le demandes, no mantener el cariño de los viejos amigos. Porque nadie te conoce como yo, y nadie me conoce como tú.
Reconozco tu no-necesidad, reconozco mi utopía...
Traspasado el umbral de mi nueva vida, ya no necesito tu calor, ya no me acuerdo de la colocación de los lunares de tu cuerpo y no eres tú el que provoca mis suspiros. Este recuerdo pertenece a otro autor, a otro blog, que ha suscitado la emanencia de mi memoria, a él le agradezco el haberme hecho recordar, porque esto que cuento ya no duele. Sólo es historia