En ocasiones exploto como un gran agujero negro de antimateria. Hago limpieza, saco los trapos sucios y les pego un meneo, los clareo con lejía, los lavo y plancho y los vuelvo a meter en el desván de mi interior limpios, relucientes, ordenados.
Normalmente es una tarea en solitario que se produce sin intervención de mi voluntad y mucho menos de mi deseo. En la limpieza general de este año tuve el inmenso placer de contar con la inestimable ayuda de una amiga. A raíz de una pelea de esas tontas, adolescentes que tenemos las mujeres de vez en cuando y de las que salimos amigas con A mayúscula o dejamos de vernos, unas veces por un tiempo, o para unos cuantos años hasta que las esquinas, que tienen la mala costumbre de juntar a aquéllos que se separaron, les da por hacernos chocar.
Andaba yo dándole vueltas a qué me estaba pasando, revisando pasados, historias, conversaciones y paseos para situarme en un lugar en el que sentirme yo, sentirme no traicionada por mi misma. Andaba yo entre la narcolepsia y la ansiedad, el aburrimiento y la locura. Andaba yo perdida en un camino de encrucijadas que conducen a más cruces, más elecciones, más interrogantes. Sin brújula a la que creer pero sin poder pararme, sin rescate.
Sin prisa pero sin pausa para poder extraer conclusiones acertadas, derivar premisas certeras de las que de forma clara y distinta distinguiese una silueta propia, cuando mi amiga, que es clara como el agua clara, que a ratos es camionero, a ratos pin-up, gilda, victoria kent o madre cómplice. Que no tiene pelos en la lengua porque no sabe lo que es eso, que también explota como cauce lleno, dejándose llevar por la hierba y el sol, una vez ha estallado. Que no tiene orgullo porque está orgullosa de ser quien es, porque aunque es fácil hacerle daño, también lo es el encontrarla mirándote a los ojos, dándote abrazos a saltos, contándote sin pudor y con la emoción a medio camino entre el estómago y el pecho, lo inombrable.
Y de pronto me encuentro sentada en mi cocina, sintiendo que la voz que está detrás de la imagen que proyecto está ocupándolo todo. Me encuentro actuando y no observando. Y el momento es sencillo, intenso, fácil.
Así que gracias, muchas gracias por haberte arremangao, recogido el pelo, ensuciándote en mi limpieza de este año. Muchas gracias por aparecer sin ser llamada, por darme abrazos a saltitos, por ser tú por encima de mis malestares. Porque hoy tengo mis trapos más ordenados, más limpios y con un nuevo olor a canela. Gracias por no esperar a que las esquinas nos encuentren, por ser una intensa, por hablar como una cotorra, por tener esas ganas de contar con los demás, por pretender dejar los dramas para los teatros y, sobre todas las cosas, por ser una de las personas más generosas que he conocido. Gracias Montse.
5 comentarios:
Eso se llama higiene mental, sabiduría, y amistad.
¡Enorabuena!
besos
jodía me has hecho llorar ..
Siempre me han dicho que si no se puede mejorar lo dicho es mejor no decir nada... así que simplemente dejo un saludo, una sonrisa y un acojedor silencio cargado de enhorabuena por esa limpieza y por esa amistad.
:-) enhorabuena a ambas, gracias por hacernos ver un poquito más allá...
Un besazo y muchas sonrisas.
amigas con A mayúscula
^^
besos a las dos
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