
Estos días me persigue un tema. El re-tratado dilema sobre si decir la verdad en todos los casos es malo o bueno. Si la sinceridad debe ser la estrella que marca el norte de nuestro comportamiento o, por el contrario, la sinceridad es un valor en desuso en una sociedad tan "civilizada", tan nice que dirían los anglos, como la nuestra.
Yo busco la verdad.
Cuando era niña me atormenta la coherencia y la verdad o la mentira y la complacencia como polos de un mismo enchufe. Así, no entendía porqué en el mundo adulto las cosas cambiaban de mano en mano, las frases se enfatizaban o agrandaban, o empequeñecían volviéndose cortantes. Unas veces cuchillos, otras veces algodones. En mi inocencia infantil metía la pata constantemente con conversaciones que no podían ser repetidas, o que eran cosa de mayores, lo que se dice en casa no puede salir fuera, o no es bueno llevar y traer... Eso me creó tal confusión que opté por el silencio. Pasé años de mi infancia callada, sumergida en los libros mientras alrededor se fraguaban las pequeñas batallas cotidianas, los grandes movimientos lúdicos desencadenantes de sonrisas que se transformaban en muecas de hastío en solitario.
Hubo un tiempo en que mentí. Me mentí a mi misma, mentí a los que más quise, mentí a la vida y traicioné lo sagrado, lo intocable, lo impoluto. Juré que nunca más volvería a mentir, intentaría ni que una pequeña mentirijilla se me colase. Fue un ejercicio espartano. Una lucha diaria con la civilización, lo agradable, lo políticamente correcto que me granjeó más de una enemistad, más de un "y quién te ha dicho que me importe lo que pienses..."
Hoy, que los años, las risas y las lágrimas han surcado mi rostro convirtiéndome en la mujer adulta que soy, respondo si a la verdad, pero si cuando no suponga cargarte al otro, minar su autoestima, destrozar algo bello, dejar de compartir, dejar de sentirme pequeña para declararme la jueza del mundo. Dejar de ser un ser humano para construirme una peana, dejar de orinar para miccionar agua bendita... Quién sabe qué es la verdad, acaso nos hemos vuelto sabios? Porque, si es así, no sé qué le está ocurriendo al planeta, qué le está ocurriendo a la economía, la política, la moral... Será pues que no somos sabios, que somos prepotentes, orgullosos, vanidosos, envidiosos y necesitamos constantemente que el foco de un escenario imaginario nos enfoque, nos destaque, nos eleve por encima de los demás.
Todos necesitamos sentirnos especiales para alguien, la comodidad, la rutina, las falsas creencias que nos impone la sociedad acerca de la belleza, el éxito, lo correcto dan al traste con cualquier relación con nosotros mismos.
Sin embargo, me sigue gustando la verdad, sigo buscándola e intentando que mis alumnos la busquen. La verdad individual y la colectiva. Esa que me hace ser parte de ti, persona que lees esto, que me hace ser tu igual, un otro-yo y por tanto que evitará que me haga dañoa mi misma a propósito. Porque no decir la verdad muerde, pero hay verdades que también muerden por si mismas.