viernes, 12 de diciembre de 2008

Causas raras


Dejó el coche muy bien aparcado, justo delante de la puerta de los grandes almacenes y respiró satisfecho de su habilidad o de su suerte, no lo tenía muy claro.

La Navidad destilaba su hipo lumínico de iconos desgastados. El aire caliente le envolvió al trapasar el umbral que conducía al brillante mundo del consumo. Todos los sentidos se conectaron con la necesidad de regalar, el imparable ritual anual que odiaba aún más que la tortuosa musiquilla que lo acompañaba.

Sintió un vacío en su estómago que identificó al punto: hambre; tras dos horas de conducción y más de tres desde el desayuno, su cuerpo emitía señales ineludibles: la hora de parar había llegado. El sabor a sandwich vegetal llegó directamente de su cerebro y sus pies hicieron el resto.

Cogió maquinalmente el carro de la compra, introdujo la moneda en la ranura, entró por las puertas de seguridad, fue observado por el segureta de la entrada que leía sin interés folletos de oferta. El pasillo principal, la zona de droguería, la frutería a la derecha, los turrones a su izquierda. Adentrándose por él los paños de cocina, escobas y fregonas con productos que aseguraban una limpieza total. En el lateral derecho: la pescadería, la carnicería y los embutidos rodeados de cavas, riojas, penedeses, albariños y demás bebidas espiritosas...

Conocía esta superficie como su propia casa, una sensación de inquietud comenzó a taladrarle las entrañas pero esta vez no provenía de su estómago.

Detuvo el carro en la zona de menaje del hogar y se preguntó qué ocurría.

No podía moverse, su respiración se aceleraba, sudaba y tenía frío al mismo tiempo...

Descubrió imágenes en su memoria llenas de caras familiares, de días de compra mensual, de vaivenes al son de la seguridad que producía el tener las claves de un mapa que posibilitaba alimento y complicidad. Y volvió a sentir el dolor de la traición, el desengaño de la caída de peanas, la asunción de la normalidad de una existencia comunitaria. La aceptación de no ser especial, de no ser diferente, de ser un miembro más de la especie racional... con sus mismos problemas y... sus mismas soluciones.

Tras reconocer la profundidad de la cicatriz, reanudó su marcha. Compró sin alegría aquello que necesitaba, pagó sin sonrisa, y una vez fuera de aquel lugar tan sabido. Volvió a sentirse él, volvió a recuperar la serenidad, volvió a la confianza y al presente. Respirando, aliviado.

Es curioso, como en los sitios más insospechados, nos alcanzan los recuerdos y se agigantan. Ese lugar, testigo imparcial de su existencia, guardaba las sensaciones olvidadas que la ciudad ya no traía. Quién iba a decirle a él, que lo que quedaría de su larga historia de amor, fuesen las compras mensuales en un hipermercado...

Qué raras son las causas, qué inesperados los azares, qué patética la memoria... Salió entre carcajadas, desaparcó su coche.

2 comentarios:

Rocio Ramos Morrison dijo...

mi superescritora, gracias.. a ver si te me pones en serio, que hay mucho talento para solo compartirlo en un blog.
besazos

Anxeles Ramos Vázquez dijo...

Encantoume.O último párrafo..."raras as causas, inesperados os azares e patética a memoria" é moi suxerente...um! Parabens e bicassos.