lunes, 18 de julio de 2011


Los anuncios de megafonía irrumpen como gotas de lluvia en hormiguero. Las actividades lúdicas comenzarían en media hora.
Hay mucho donde elegir, distintos eventos cuasideportivos en los que intentar no quedar demasiado mal.
Olivia odiaba todo lo que fuese el monitoreo de tiempo libre para adultos, le horrorizaban esos animadores sonrientes cual anuncio de colutorio que se empeñaban en que participes en activades propias de un campamento scout.
Pensaba si no se habría convertido en una aburrida y, sinceramente, le dio exactamente igual. No se veía a sí misma tirando de una cuerda o pasando por debajo de una escoba a ritmo de lambada por mucho que eso significase estar pasándoselo bomba.
Y es que no pegaba demasiado con el ambiente del hotel. Lo había elegido para salir huyendo de los fantasmas que en su casa no cesaban de aparecerse. Le pareció que nadie, vivo o muerto, en su sano juicio, se trasladaría hasta Canarias con un pack vacacional para perseguir a alguien. Así que buscó la oferta más dominguera y allá que se fue.
Lo que no imaginaba es que tras tres días, sería ella la que echase de menos a los fantasmas, la que se muriese por una conversación con alguno de ellos. Los vivos le parecían mucho más muertos que sus muertos. Optó por no pelarse con el ambiente y dejarse ir. Flotaba panza arriba en la piscina, iba del mojito a la caipiriña y de la caipiriña al mojito, comía haciendo cola, mientras sus compañeros de vacación se llenaban los platos hasta rebosar y, tras pegarle unos cuantos bocados, los dejaban abandonados en un despilfarro obsceno que quitaba el hambre a cualquiera que tuviese un minimo de consciencia... entre tanto vapor etílico.
Las salidas en grupo por la isla para visitar los lugares más pintorescos eran como el hotel, sólo que en un espacio más reducido. En ocasiones el guía era bueno y el lugar visitado interesante. Ella escuchaba con los ojos entornados entre el sol y el dulce acento isleño, saboreando cada una de las palabras. El Loro park la dejó estupefacta, el paisaje selénico del Teide le pareció un sitio como no hay dos.
En la cena del último día harían un sorteo, un regalo increíble que a nadie dejaría insatisfecho. -decía el panfletillo repartido por la monitora disfrazada de Gilda.-
¡Ven disfrazado a la cena-gala de esta noche y entrarás directamente en el sorteo!
Dónde conseguir un disfraz a las tres de la tarde con 40 grados a la sombra y en un pueblo perdido de la isla. Pensó en pasar de todo. Pero le invadió el recuerdo de su adolescencia: Una fiesta en el club naútico de su ciudad. Su madre le había obligado a ponerse un pantalón plateado con un jersey con bordados y cristalitos que dejaba los hombros al aire. Lo había comprado en un viaje a Ibiza y era lo más de lo más, sólo que para una ciudad gallega de provincias estaba demasiado "adelantado"pero a su madre le encantaba llamar la atención, ser el centro de todas las miradas, murmullos, aspavientos y esa era la vestimenta perfecta para ello.
-Hay que arreglarse para la ocasión, al naútico la gente va bien vestida y una fiesta de la juventud es una fiesta de la juventud- No entendió a qué rayos se refería pero como era su primera vez se dejó guiar.
Cuando entró en el salón toda vestida de gris plateado, se encontró con todos los jóvenes de la fiesta en vaqueros, con jerseys que les tapaban las manos y los adidas jesucristo de toda la vida.
Trágame tierra. Salió disparada de la fiesta porque todos se callaron al verla entrar... Una astronauta, una astronauta.... Pero si no es fin de año, gritaban riéndose.
Aquéllo la había marcado de tal manera que antes de ir a cualquier lugar, se aseguraba de ir vestida conforme las reglas que la normalidad de la situación requerían.
Esta vez no se iba a arriesgar a entrar en el comedor y que todos estuviesen disfrazados excepto ella. No sabía de qué ni cómo, pero lo del disfraz era un hecho.

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