sábado, 10 de septiembre de 2011

Congelados


Hay personas con las que intentas compartirte pero a las que no llegas. Personas que no se enteran de que es de bien nacido ser agradecido, de que no todo vale y de que no todo cae por su propio peso.
Este finde me he encontrado con dos especímenes de esos a los que yo denomino congelados. Les llamo así porque sus emociones no suben a la superficie, todo parece que les resbale y te tratan como si las atenciones que les otorgas, fuesen un don que te conceden por prestarte sus orejas durante los escasos setenta segundos que son capaces de escucharte.
Hay personas que fueron amigos en la adolescencia, cuando eran luminosos, cuando tenían curiosidad, cuando el encontrarte era un placer y el despedirte una lástima. Qué les ha ocurrido? Porque su mundo sólo se pinta en gris, porqué nada de lo que rodea sus cotidianas vidas tiene un ápice de aventura. Porqué te tratan como si te tuvieran pegada a su coxis aunque haga meses o años que no les ves.
El cariño de la amistad es una de las mejores cosas de ser humano. Sin la alegría que da el compartirte con los amigos el mundo es hastío, frío, desesperante.
Observo que los congelados se descongelan cuando la ingesta de alcohol es de tamaño monumental y es entonces cuando se deciden a contarte algo de sus almas. Qué absurdo me resultan las conversaciones sociales que se sostienen durante toda la jornada. Si no puedo ver en tus ojos, si no tengo ni idea de qué pasa en tu vida, de qué necesitas, qué te duele o que te hace reír, puedo llamarte amigo?
Yo no, para mi eres un congelado y ya se sabe el frío que hace en la zona de congelados de los supermercados de nuestras ciudades. Hace falta una buena chaqueta para permanecer más de unos minutos en sus pasillos. Yo hoy no tenía chaqueta y ahora estoy aterida.