domingo, 21 de septiembre de 2008

Otoño


Llega el otoño a mi terraza. Las gotas mojan la sombrilla, las hamacas.
Todo húmedo, rezumando agua al tiempo que del exterior un aroma a tierra mojada y algas me rodea mientras observo cómo ha cambiado la luz. Como palidece el sol del mediodía en una sinfonía de colores tenues como caricias. Me siento protegida como un abrazo cálido, la naturaleza sintoniza con mi ritmo y me aquieto.
Las preguntas que intento contestarme siguen presentes, sin violencia ocupan mi pensamiento y no tengo afán de respuesta, tan sólo las dejo acompañarme como si pendiesen de hilos invisibles con los que flotar a mi alrededor.
Por qué necesito conocerme, entenderme? Es esto una necesidad de todas las mujeres o simplemente se reduce a un comportamiento compulsivo que denota una neurosis madura. Siento que necesito verme despacio, haciéndome amiga de mis errores y celebrando mis aciertos. Por qué hay mujeres con las que comparto esta necesidad y sin embargo no conozco a ningún hombre capaz de sentarse a revisarse antes de pasar página?
No intento reivindicar la lucha de sexos, o buscar aquello que nos diferencia pero por qué las feminas que me rodean se quejan de la falta de comunicación, de la falta de conversaciones en las que extraer conclusiones positivas que ayuden a saber quién se es y dónde se puede mejorar. Todos estaríamos de acuerdo en que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. ¿Por qué no estamos en el mismo convencimiento cuando esto se reduce a un ámbito privado. Un ámbito de dos.
En mi utopía relacional veo a parejas separadas hablando de su relación, buscando con honestidad aquello en lo que reconocerse y conservarse y aquello de lo que distanciarse y superarse.
¿No sería más fácil? No nos ayudaría a todos ser compañeros, preocuparse por el otro y por uno mismo? A no dejar que el tiempo cierre heridas llenas de suciedad y sangrando, que se nos enquisten en conductas repetitivas una y otra vez? Porqué no aprender en vez de olvidar. Y después despedirse con la sensación de haber recorrido un camino en el que ha habido de todo: piedras, flores, atardeceres, tormentas... Un sendero que ya no se va a volver a caminar pero del que poder guardar un bonito recuerdo.
Ya veis, acabo de llegar del verano, del sol, la playa y las noches cuajadas de estrellas y el otoño me ha atrapado en su energía meditativa, interior y suave. Así que no me resisto, me paro un momento para compartir mis pensamientos con esta ventana luminosa a vuestos ojos. Unos conocidos, otros no. Pero bienvenidos a este cambio de estación, esta nueva curva en la espiral de la vida.