lunes, 15 de diciembre de 2008

Final con carta de ajuste




Querido pasado:

Hoy supe que el amor ha vuelto a tu vida.
Las fuentes no importan, las palabras se las lleva el aire y éste tiene en ocasiones el capricho de convertirse en remolinos que soplan hacia el sur, trayendo retazos de tu vida que oigo sin querer. Podría decirte que me alegra tu apertura a la alegría, al compartir, pero no me corresponde juzgar tus actuales movimientos.
Sólo quiero hablarte de mi. De la sensación opaca que antaño tu silencio provocó en mi pecho. De la angustia de saber que no sabré, que no veré, que no compartiré ni tu alegría ni lo poco que dejaste en tus incendios a no ser las cenizas que traiga el viento, siempre cargadas con tierras y hierbas de otros jardines. Siento la lejanía de los cañones que resoplan en los ecos de llamadas no escuchadas. No es mi afán repetir siempre la misma salmodia. No son mis pasos los que resuenan por las estancias frías a las que el fuego no calienta.
Mi propia casa se llena de colores, se abre a la vida. La certeza de la primavera retumba con nombre propio en mi corazón. Abono y siembro la semilla de mi vientre en encuentros de miradas. La seda que envuelve mi cuerpo calienta el sol del mediodía, y nada añoro en mi presente que se conjugue con tiempo pretérito.
Me gustaría un final con carta de ajuste, unos minutos musicales que reconozcamos al baño María. Una comida con guisantes adeherezados con las escamas de la risa. Quizás en silencio, quizás no.
¿Quien puede decir de antemano, preguntar de antemano, sentir de antemano cuando el espejo no devuelve la imagen propia sino un vacío invisible lleno de sílabas ajenas?
Si el Amor cambia tu ruta, te deseo buenos vientos para tus barcos, un mar tranquilo sin añoranzas, trajes de salivas y besos para tu cuerpo, rellanos de escalera donde la encuentres sin tener que dar traspies, inspiración en tus poemas hecha de realidades que no viajen a paises exóticos donde los pechos se conviertan en mangos, claridad para los días sin luna, vocación pese a las tormentas... En fin, me gustaría que construyeses aquellos sueños que se perdieron en las trincheras, en los manchas de dibujos difíciles, en collares de días descoloridos.
Yo me diluyo en la niebla de la memoria, como el humo ascendente de tus amapolas, pueblo ya de una nación de difuntos entono un último canto que te traiga la mejor de las suertes.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Causas raras


Dejó el coche muy bien aparcado, justo delante de la puerta de los grandes almacenes y respiró satisfecho de su habilidad o de su suerte, no lo tenía muy claro.

La Navidad destilaba su hipo lumínico de iconos desgastados. El aire caliente le envolvió al trapasar el umbral que conducía al brillante mundo del consumo. Todos los sentidos se conectaron con la necesidad de regalar, el imparable ritual anual que odiaba aún más que la tortuosa musiquilla que lo acompañaba.

Sintió un vacío en su estómago que identificó al punto: hambre; tras dos horas de conducción y más de tres desde el desayuno, su cuerpo emitía señales ineludibles: la hora de parar había llegado. El sabor a sandwich vegetal llegó directamente de su cerebro y sus pies hicieron el resto.

Cogió maquinalmente el carro de la compra, introdujo la moneda en la ranura, entró por las puertas de seguridad, fue observado por el segureta de la entrada que leía sin interés folletos de oferta. El pasillo principal, la zona de droguería, la frutería a la derecha, los turrones a su izquierda. Adentrándose por él los paños de cocina, escobas y fregonas con productos que aseguraban una limpieza total. En el lateral derecho: la pescadería, la carnicería y los embutidos rodeados de cavas, riojas, penedeses, albariños y demás bebidas espiritosas...

Conocía esta superficie como su propia casa, una sensación de inquietud comenzó a taladrarle las entrañas pero esta vez no provenía de su estómago.

Detuvo el carro en la zona de menaje del hogar y se preguntó qué ocurría.

No podía moverse, su respiración se aceleraba, sudaba y tenía frío al mismo tiempo...

Descubrió imágenes en su memoria llenas de caras familiares, de días de compra mensual, de vaivenes al son de la seguridad que producía el tener las claves de un mapa que posibilitaba alimento y complicidad. Y volvió a sentir el dolor de la traición, el desengaño de la caída de peanas, la asunción de la normalidad de una existencia comunitaria. La aceptación de no ser especial, de no ser diferente, de ser un miembro más de la especie racional... con sus mismos problemas y... sus mismas soluciones.

Tras reconocer la profundidad de la cicatriz, reanudó su marcha. Compró sin alegría aquello que necesitaba, pagó sin sonrisa, y una vez fuera de aquel lugar tan sabido. Volvió a sentirse él, volvió a recuperar la serenidad, volvió a la confianza y al presente. Respirando, aliviado.

Es curioso, como en los sitios más insospechados, nos alcanzan los recuerdos y se agigantan. Ese lugar, testigo imparcial de su existencia, guardaba las sensaciones olvidadas que la ciudad ya no traía. Quién iba a decirle a él, que lo que quedaría de su larga historia de amor, fuesen las compras mensuales en un hipermercado...

Qué raras son las causas, qué inesperados los azares, qué patética la memoria... Salió entre carcajadas, desaparcó su coche.

viernes, 5 de diciembre de 2008

En un tiempo futuro


Cuando sea vejecita quiero un atardecer en malva como fondo de confidencias. Quiero madejas de lana a las que, tirando de un hilo, poder enmarañar y desenmarañar según antojo.

Unos ojos azules para tomar baños calientes que curen el reuma de alma. Chiquillos ruidosos que saquen la lengua a sermones con forma de salmodia para juntar "folgos" y dar "unha carreiriña de can" tratando de alcanzarles entre risas.

Quiero curiosidad intacta ante las sorpresas que traerá la vida y también serenidad para afrontarlas.

Una mañanita que abrigue de los rocíos hechos escarcha por lo querido que perdimos en el camino. Buena memoria para recordar los días luminosos, los abrazos compartidos, los dolores de barriga producidos por la risa, las manos que toqué y me tocaron para reconfortarme.

Paciencia para los achaques que no me permitan volar más que con mi pensamiento. Alas para la imaginación con las que peinar historias y no batallas.

Olvido para los días amargos, los rencores, las indiferencias y tiempo para sacar una enseñanza limpia que no tenga deudas.

Me gustaría un grupo de abuelitas gruñonas y juguetonas capaz de pellizcar nalgas turgentes y estallar en carcajadas. Un grupo de brujitas hacedoras de encantamientos cocinados a la lenta lumbre de la experiencia, prestas al seguimiento de pestañas aleteando insufladas por el nacimiento de un joven amor que humedezca los ojos cuando nos miremos cómplices... Sin rubor ante las emociones, pelearemos como lobas y nos emocionaremos cual gelatinas de color pastel.

Quisiera que ninguna se avergonzase de los surcos de su piel, del deterioro de su cuerpo, que llevásemos el desgaste propio del transcurrir del tiempo con humor, sin anhelo físico de una juventud irrecuperable.

Que el amor ocupe el lugar del apoyo familiar, el motor que mueva nuestras piernas haciéndonos salir de la cama y el sofá.

Mis queridas brujitas, jóvenes, hermosas, brillantes, sabias, AMIGAS... No puedo imaginar conjugar ningún verbo que tenga que ver con vivir, sin la presencia adorada de vuestras miradas... Sé que algún día esas miradas estarán en el mismo lugar y no a tantos kilómetros de distancia...