martes, 19 de julio de 2011


La fiesta de disfraces estaba dedicada al cine. Pensó en inspirarse en sus mitos cinematográficos pero cayó en la cuenta de que las mujeres que admiraba eran esqueletos y ella era una mujer con curvas, un tanto entrada en carnes y bastante voluptuosa, por mucho que se disfrazase nunca llegaría a asemejarse a Audrey o Katherine Herpburn. Así que optó por disfrazarse de Sofía Loren en "Mortadela". Con un buen alisado y un maquillaje profesional podría intentar emular a la diva.
Para ayudar a su reconocimiento, decidió comprar una mortadela como la que salía en la película, en la capital de la isla encontraría lo necesario. El tener un objetivo la llenó de energía y de algo parecido a la ilusión, al fin de cuentas estaba resultando divertido organizar todo el plan.
No había autobuses a la capital hasta horas más tarde, le pareció demasiado tiempo de espera por lo que buscó a alguien que la acercase por un módico precio. El peluquero se ofreció porque tenía el mejor coche y debía de ir a reponer productos para su peluquería. Nada de cobrarle, faltaría más! Si iba ir de todas formas, una damisela en apuros ... era un placer ayudarla.
El viaje se hizo eterno por la verborrea de su caballero andante, no paraba de hablar de peinados, cortes, vidas de clientas, desgracias familiares, nacimientos, muertes, comuniones, bodas. El hombre era la memoria viviente del pueblo, podría remontarse generaciones por encima de la suya para explicar con todo detalle, el nacimiento de un mechón rebelde de una señora que hacía más de veinte años que estaba muerta a la que él una vez había peinado porque le había tocado una cafetera en un concurso de la radio y tenía que ir a buscarla y como tenía que salir en el periódico, pues él que era muy pequeño se ofreció a ahuecarle el pelo por detrás (es que ella no se llegaba) y acabó haciéndole un cambio de look que aún se recordaba....
Tras darle las gracias, Olivia bajó del coche sintiendo que la cabeza le daba vueltas y que su cerebro estaba totalmente abotargado. El aire del mar la reanimó un poco y una dosis extra de cafeína consiguió devolverle la energía y el buen humor.
Tras tres horas en unos grandes almacenes lo tenía todo: la mortadela igualita a la de la película, con su redecilla envolviéndola y su papel dorado, un vestido negro con escote en forma de v que quitaba el hipo, el pelo alisado y para conseguir el largo de la Loren: unas extensiones de pelo natural que jamás pensó que se pondría. El maquillaje con potente raya negra alargando los ojos y unos carnosos labios rojos completaban el disfraz.
De lo primero que se percató cuando abandonó la peluquería era que los hombres la miraban. Pero cómo la miraban, nunca nadie había clavado los ojos de aquélla manera en ella. Realmente había comenzado a meterse en el personaje y se sentía una Ana Magnani o una degarrada Julieta Masina. Una hembra italiana, la mística del drama y la comedia hecha mujer. Siempre le habían parecido fascinante este tipo de mujeres, pero no de la misma manera que admiraba a las Hepburn. No. Aquéllas eran elegantes, distantes, frías, admirables como se admira una bailarina de clásico, o una buena pintura. Las italianas tenía el sufrimiento del mundo en sus regazos, limpiaban por igual mocos o carmín. Se les corría el rimmel cuando lloraban de risa o de tragedia. Vivían unas vidas intensas en las que no había lugar para hacese las distantes. Y los hombres las miraban, las seguían, las piropeaban, las amaban con pasión en lugares sucios, llenos de olores y sonidos. Las italinas eran mujeres de rompe y rasga. Nada quedaba de la misma forma tras encontrarse con ellas. Eran las mammas cariñosas y crueles, acogedoras y peligrosas. Las mujeres tragedia.
Todo esto pensaba en el taxi de vuelta al hotel. Faltaba una hora escasa para el baile. Tenía tiempo de sobra para refrescarse y vestirse.
- Llámame Maddalena. Come dice? Ciao bambino- Amoinó delante del espejo. Se pareció convincente en el papel, se embutió el traje negro que le quedaba como un guante. Marcaba sus caderas y su pecho. Parecía una guitarra andaluza y bromeó consigo misma acerca del tocaor que la afinase. Volvió a pintarse los labios y tras lanzarse un beso, salió de la habitación.

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