lunes, 28 de diciembre de 2009

Nupcias


Desprenderme de ti, de tu nombre, de tu gesto, de las raíces que te trajeron, de los árboles plantados, de la esperanza en forma de amigo, de la necesidad de justificarte. Desprenderme y enterrarte como tú, sin duelo ni ceremonia, sin testigos ni juramentos, sin llevarte a la espalda como losa, sin abrazo de consuelo ni de reproche. Desilabar una a una las palabras que tejieron alamedas en las que encontrarnos. Desclavar las rosas, los árboles lilas, los magnolios, los bulbos florecientes de la selva, las vincas nacientes de los muros tras los que ondea tu bandera en las almenas.
Dejar que la corriente de tu río se renueve sin que refleje mi silueta, sin que se acuerde de mi nombre, sin que le llene de hojas las costillas a tu esqueleto rescatado del planeta aquel de la rosa y el príncipe, ese que se convirtió en sapo sin reservas.
Amistad ya no te invoco, ya los ecos de mi gritos no se pierden en tus salas, ya no espero tu vestido hecho de inocencia, ya la justicia despareció y solamente la desmemoria se hizo dueña. Así mi paso se aleja del pasado, se pierde entre las luces del presente y ora porque el futuro me encuentre sonriente.
A los azahares que ahora vistes, me planto haciendo una mueca. Que te duren en alcanfor más que lo que duraron tus deudas, tus cuitas, tus enredos, tu bienestar es la meta, y si en el camino quedamos heridos de muerte y sin cruceta, ningún remordimiento entrará en tu dura cabeza. Es el precio de la vida, el que pagamos por caminar las sendas, las montañas y los valles, que de otra no hay manera. Más quién sabe si aquéllo que dimos no vendrá de vuelta.

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