sábado, 26 de diciembre de 2009

Compromisos


El whisky bajaba caliente y dulce por su garganta, reconfortándole el cuerpo, entumecido, estupefacto, incrédulo y rendido ante la evidencia de una noticia que no esperaba. Su pensamiento volaba entre la duda y la certeza, la risa y la decepción. Se preguntaba a si misma qué era lo que sentía pero no acertaba a encontrar la definición adecuada. Pensó que quizás necesitaría un tiempo.., que ya reaccionaría... ensayando estados que no se producían.
Él se casa...
Y qué si antes era un antibodas, y qué si ella lo deseó durante los más de veinte años que duró su relación, y qué si tuvo que asistir sola a todas las bodas de familia y amigos porque él no iba nunca a bodas, y qué si la palabra matrimonio le producía una urticaria que impregnaba cada poro de su piel haciéndole saltar como gato mojado.
Lo único claro es que lo que fue válido para su vida en común, no lo era ahora para su nueva mujer. Imaginó pedidas de mano fantásticas, románticas, íntimas, multitudinarias, escandalosas, preciosistas, bastardas, pasotas, diferentes. La fantasía recurrió a todo el imaginario de comedias románticas al más puro estilo pastelito norteamericano. Intentó que alguna de estas imágenes le doliesen, pero observó que no, solamene el que el no hubiese considerado adecuado contárselo, que se le escapase a un familiar que supuso que entre ellos el amor había dado paso a la amistad, conseguía pellizcar su corazón. Deseó mirar a sus ojos y desearle felicidad y manifestar su orgullo por su cambio, por dejar que alguien, por fin, le cambie algo.
Él había encontrado a la mujer de su vida, y ella no lo era ya hacía mucho tiempo. Fue muy duro rendirse a su olvido, a su no-reconocimiento pero esa era la realidad y ahora el tiempo ya había pasado.
Abrió el joyero buscando algo que ponerse para salir a la calle, allí encontró todos los anillos que él le regaló y pensó que era un absurdo seguir guardándolos. Los anillos significaban para ella el compromiso que tuvieron en su vida anterior y ahora parecían recuerdos vacíos como las baratijas rechamantes de la zona de bisutería de un chino. Ya se le ocurriría que hacer con ellos, no había ninguna prisa. El cordón umbilical, que invisible, notaba pese a los dos años y medio transcurridos, se cortó en el momento de la noticia. Fátima notó en su vientre el tajo, el agujero que dejó y como se fue cerrando durante todo el día. En su cabeza sólo la frase Pepe se casa, se repetía como si a fuerza de pensarla pareciese más real, menos imposible.

Poco sabía ella que al cabo de unos cuantos días su imaginación daría paso a la realidad y que absolutamente nada de lo pensado se mantuvo intacto después de aquéllo.

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